miércoles, 23 de noviembre de 2011

¡Buena esa, cogiste periódico!

Contrario a lo que uno podría pensar, desde hace mucho tiempo es motivo de orgullo para la delincuencia, el que sus hazañas sean publicadas en los periódicos.

Tanto es así que en algunas salas de las casas de los propios delincuentes están enmarcados los recortes de los periódicos con la foto del muchacho al momento de su captura, con mucho más valor si éste tiene una expresión de satisfacción por la “hazaña” y la fama lograda, y claro está, por la confianza de hallarse libre en pocos días.

No es broma. Hay estudios hechos en Cartagena que analizaron las páginas judiciales de los periódicos locales y en los que se incluyeron las emociones que despiertan en los familiares las apariciones de sus hijos retratados en la prensa.

La atracción por la fama a través de la prensa es tan antigua como la prostitución. Lo hacían los legendarios ladrones de bancos del Viejo Oeste norteamericano. Lo hizo Al Capone en los años 60 en Estados Unidos y los narcotraficantes de los 80 y 90 en Colombia.

Desde marihuaneros, rateros, violadores y estafadores hasta los más especializados artistas de la delincuencia organizada se complacen con su aparición en los periódicos. Pero no todos tienen la “fortuna” de salir en las páginas judiciales con el producto del ilícito enfrente y el escudo de la Policía Nacional al fondo. Muchos tienen que conformarse con ser fotografiados en la página de los eventos sociales con un vaso de whisky en la mano o rodeados de policías espectacularmente uniformados y muy bien armados.

Claro que no siempre fue así. La fama de la delincuencia común se transmitía de boca en boca, y había malandros locales tan populares que a veces le practicaban un atraco a algún conocido y entonces sólo les quedaba decir: -¡Mierr…. tu eres fulanito, cierto?… tírame algo ahí man!

Hoy el negocio ha crecido mucho, no sólo por su incubación en el hambre y la pobreza, sino porque el ejemplo de delinquir y de ser respetado por la maldad ha sido magnificado hasta el punto de recibir aplausos y causar envidia en la gente.

El éxito requiere no sólo lo espectacular del delito sino la habilidad para buscar el apodo, porque eso sí: el que no tenga un buen apodo no consigue destacarse entre tanto raterito de poca monta que, además de “dañar” el negocio y desprestigiar el arte del robo, quita espacio en las páginas judiciales de los periódicos.

El catálogo de apodos incluye de todo. Desde viejos bandidos de la TV convertidos en héroes como “Los Magníficos”, pasando por los más comunes como “El cuchilla”, “Tyson”, “El loco”, “Perro muerto”, “El tuerto”, “El muñeco”, “El mono”, “El ñato” o ”El ratón”, hasta los que llevan uniforme, les dicen “Don” o se ganan un número en lugar de alias.

Esas caras avergonzadas que vemos en los periódicos realmente duran poco. Lo preocupante para el delincuente es el prestigio en el barrio y en eso piensa cuando está frente a la cámara, pero el momento más sublime ocurre cuando, ya de regreso, sus amigos y familiares le dicen: - !Uyyy loco, buena esa, cogiste periódico!

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